martes, 15 de septiembre de 2015

La "niña"

Después de seis horas y media de camino en tren, llegamos a Sarria. Y al acercarnos a ver un mapa para ubicar nuestro convento de la Magdalena coincidimos con Mario, un valenciano que emprendía el camino al igual que nosotros por vez primera. Y encima íbamos al mismo albergue, ¡qué coincidencia nada mas llegar! El enano enseguida comenzó el interrogatorio a Mario y así caminamos juntos, conociéndonos un poco (es una de las miles de cosas buenas que tiene el camino: conocer gente estupenda) y contándonos el porqué de hacer este viaje. En mi caso las razones principales eran, pasar tiempo con mi hijo y conocernos más, disfrutando de su compañía, su ingenio, sus risas, silencios y a veces su pasotismo –jejeje–, pisar tierras gallegas por vez primera en toda mi vida, disfrutar de la naturaleza, conocer a peregrinos, sus historias y a los gallegos que son gentes maravillosas. Al lío; pues eso, que íbamos al albergue convento de la Magdalena encontrándonos con peregrinos solitarios, en grupo, en pareja, con mochilas, sin ellas, con los pies vendados..., pero todos tenían dos cosas en común, una era la cara de felicidad y la otra una frase que oiríamos y diríamos durante todo el recorrido: «¡BUEN CAMINO!». Míkel ha contado por encima la llegada y la primera etapa y media que nos hicimos, así que yo sólo voy a contaros algunas cosillas que ha pasado por alto, como la primera mujer a la que preguntamos si íbamos bien encaminados hacia el albergue y nos dijo que sí, pero a parte de eso nos contó una gran historia sobre la antigua cárcel ahora convertida en Concellería de Turismo y centro de exposiciones y museo (donde más tarde descubrimos que ella era una de las artistas y muy buena por cierto). Después de la visita a la cárcel fuimos a la terraza del albergue Matías, donde el enano se puso morado de tapas gratis con su Coca-Cola sin cafeína (¡menuda lucha!) y yo mi vinito. La segunda mujer que nos topamos, maravillosa, fue la encargada del albergue, creo recordar que se llamaba Nina y al decirle que no teníamos nada reservado ya que no sabíamos cuanto aguante tendríamos, nos buscó alojamiento a 35 kilómetros no sin antes llamar a Portomarín (fin de la primera etapa a 22,5 km de Sarria) a todos sus albergues y hostales. Una auténtica máquina, muchas gracias por tus gestiones y buen hacer. Al final no hubo que dormir bajo el techo de las estrellas. La cocina y zona de comedor nos sorprendió, completamente «full-equipped», podías comprar cosas básicas como spaguetis y tomate para lo que fue nuestra cena y la de Nina, nuestra segunda mujer maravillosa a la que invitamos. La tercera fue Esperanza una mujer positiva, feliz, graciosa y genial donde las haya. Vive en Madrid pero sus orígenes son de la República Dominicana, un bombón. Se quedó prendada de Míkel y no paraba de repetirme: –«¡Qué Dios te lo guarde!», a Míkel le hacía gracia que le dijera eso. El primer hombre estupendo fue Mario, el valenciano, y al igual que Esperanza, tienen sus respectivos mujer y marido y ambos tienen hijos. Pero decidieron hacer el camino solos para ver si era una experiencia buena para compartir con la familia. Y la respuesta la sabréis al final de la historia claro, esto es sólo el principio. Bueno, va llegando la hora de irse a dormir, así que sacamos nuestros macutos de las taquillas (un invento estupendo es tener un enchufe dentro para cargar tus dispositivos electrónicos, un adelanto) los sacos de dormir, pijamas..., pero se nos olvidaron los tapones, los antifaces y la linterna. Es broma, yo caí rendida y sólo escuché al enano un rato, muerto de la risa, metiéndose en el saco y yo haciéndole fotos (tengo que pedirle permiso para subirla porque es una de las mejores de todo el viaje) y, más tarde, cabreado, porque había unos que le enfocaban con la linterna, otros que roncaban, otros que cuchicheaban, se reían..., pero a las diez de la noche todo quedó en calma. Buenas noches amor, luna llena.

Matias
Terraza del albergue Matías en Sarria

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